Los discos de baladas son para los pianistas de jazz una pausa necesaria, un elogio a la lentitud, porque es así como se aprende a escuchar, a leer y a tocar un instrumento. Los maestros lo repiten sin cesar: estudia despacio, luego podrás ir rápido cuando te lo propongas. Lo más difícil en este mundo es quedarse quieto, sin hacer nada.
Brad Mehldau acaba de sacar con su trío Blues and Ballads. Hay un tema de los Beatles, ‘I love her’ , llevado al inmenso universo de una música de Mehldau, que recuerda a Chopin, por momentos, a Bud Powell, a un Tom Yorke deconstruido en las teclas cuando sorprendía con ‘Exit for a Film’ en uno de sus primeros discos.
Hace calor y leo a Stuart Mill. Decía que los goces de la vida son suficientes para convertirla en algo agradable cuando los disfrutamos “en passant”, sin considerarlos como el principal objetivo. Mill fue un liberal que defendía el derecho a vivir como a uno le plazca: “cada uno es guardián de su propia salud tanto corporal como mental y espiritual”. Era enemigo del socialismo y del estado porque lo consideraba un freno a los derechos individuales, pero sobre todo de propiedad. Eran los principios del liberalismo económico, Adam Smith, David Ricardo, de un utilitarismo hasta el extremo. Primaban los hechos frente al concepto. Herederos del empirismo inglés. Supongo que ningunos de los tres, defensores de la libre circulación de mercancías que llamamos ahora el «libremercado», se imaginaría en el monstruo que se ha convertido éste y como la libertad es un concepto tan confuso como inalcanzable.
Mill también defendió los derechos de las mujeres y la paridad de género. Era el siglo XIX, cuando el positivismo creía que el progreso de la ciencia podía salvar a una humanidad todavía en construcción, como ahora.