
Hay algo que te hace apretar los dientes, como si agarrases la cuerda invisible de la que pende la vida. Como un perro que se niega a soltar su juguete. El combate llega de noche, con la aparente tregua de los sueños. Y la mandíbula amanece golpeada. Te quitas el bucal, lo lavas, y lo vuelves a guardar otra vez en el forro verde que te dio el experto pulidor de dentaduras. El hombre que acaricia millones de premolares e incisivos, metió un papelito en la boca y dijo: «ahora muerde otra vez».
Sí, hay algo que no deja reposar tus cachetes en la almohada. Es más duro que el hueso pero más blando que el acero. Todavía no has conseguido molerlo lo suficiente, tragarlo, expulsarlo por donde sea para que no vuelva nunca más.