Regreso al lugar donde caí. Una acera común debajo de un puente que conduce al embarcadero. No hay nada que certifique que ocurrió allí, pero allí debió ser. Por supuesto, ni rastro de la señora que preguntaba si estaba bien, en medio de aquella confusión. Se fue segundos después, a pasos cortos, diciendo algo muy bajo, indescifrable.
También han desaparecido del teléfono las fotografías del pie. No hay un parte médico, ni figura en la farmacia la compra de analgésicos a mi nombre. Ya no queda hielo en el congelador. Lo que permanece es un ligero dolor en el tobillo que impide caminar con cierta ligereza. Eso es todo lo que tengo, salvo que lo haya inventado. No es la primera vez.