Aquella noche estaba convencido de que los Reyes que subían en camellos hacia la casa del vecino eran ellos, los verdaderos, los que de alguna manera eran capaces de transportar millones de juguetes y entregarlos en una noche a todos los niños del mundo. Había que creerlo y había que acostarse temprano y esperar, solo esperar.
Descubierto el misterio, pasé otros años con la tentación de abrir los paquetes que mis padres habían mal guardado en el armario de la azotea. De vez en cuando me aseguraba de que seguían allí esos deseos hechos realidad, contendidos en cajas apiladas que podía palpar, incluso sacudir para imaginar su contenido hasta que llegara el día. Y la mañana del 6 el salón era un surtido excesivo de juguetes y ropa nueva, demasiada para lo que uno merecía, o para lo que ahora veo que todo esto merece.
El camarero me ha preguntado hoy unas diez veces que si iba todo bien. Es una pregunta que no espera respuesta. La hace a todos los clientes mientras se dirige a otra mesa. Luego te dice “señor”, “gracias señor” “buenos días señor”, “¿estaba bueno señor?”. Y uno siente cierta irritación por ese servilismo mecanizado. Al lado, una mujer hablaba de que su hija: “ya no es inocente con los Reyes”. Lo decía como un alivio de fantasía, como si la pequeña hubiese escapado de ese sueño por la ley de la vida, pasando la prueba de que los padres son el invento del mito que provocaba su insomnio, sus preguntas, y los Magos de Oriente ya fueran un capricho infantil, una mezcla de ficción permitida y realidad. “Ahora no cree, no es como antes que se volvía loca”, comentaba. Frente a nosotros, un niño que picoteaba lo último del plato en ese instante levantó la cabeza. Luego permaneció quieto, como si hubiese descubierto la verdad. El camarero pasó a su lado y le preguntó: «¿todo bien?». El niño contestó: “pues no” y se marchó para perderse en la calle.
Había comenzado a llover y las oficinas de los edificios más altos empezaban a cerrar las ventanas. En las aceras, algunas señales advertían de los cortes importantes de tráfico que provocaría la Cabalgata.