Antes de marcharme intenté dejar el piso como lo encontré. Incluso repuse algunas latas de mejillones de la despensa. Comprobé que las luces estaban apagadas y cerré la puerta tras pararme unos segundos a visualizar el salón donde habíamos vivido el verano. Metí la llave en el buzón de cartas y compré por última vez el periódico sin decirle al quiosquero, siempre dispuesto a escuchar cualquier comentario, que probablemente no nos volveríamos a ver. Un tiempo indefinido, con resquicios de un agosto caluroso pero con síntomas de algo cercano y frío, definían las nubes que cubrían el pueblo en septiembre. El mar estaba tranquilo después de las últimas tormentas que vinieron del norte y los barcos de pesca descansaban en el muelle . En realidad todo el pueblo descansaba de toda esa gente, como yo, que había llegado del mundo para habitar calles, bares, plazas y cubrir las playas con…
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