En la calle las tiendas de teléfonos seducen más que el sexo. Tarifas infinitas. Millones de mensajes enviados. Ladrones aceptados de esta tecnología implacable. Me paro frente al cristal y pienso que todo va muy rápido. Miro a los aparatos que hemos construido para hablar y donde ahora eso es lo menos que importa.