No me gusta que se queme el monte. Nada. Supongo que tampoco gusta a la mayoría de las personas. Pero habrá algunos a los que les importe más y a otros menos. Incluso en esto somos incomprensiblemente diversos.
Todavía no sabemos manejar el fuego. Amigo del viento se agita a sus anchas por barrancos, laderas y montañas mientras los árboles gritan. El fuego se ríe de nosotros y hasta ahora parece que seguirá haciéndolo. La llamas se apagan en un sitio y vuelven a salir por otro. Alguien lo llama, como cuando se llama a la lluvia para que moje los cultivos. Alguien es amigo del fuego.
He abierto cada una de las ventanas de la casa para que la noche refresque este espacio donde el calor se ha ido acumulando con el paso de los días y las horas, sin que nada se pueda hacer salvo moverse lo menos posible.
Afuera hay voces. Un grupo de gente habla de sus cosas mientras suenan las campanas de la torre en la plaza. Llega el camión de la basura que asusta a los pocos gastos de la calle. Un día dije que alguien quizás los esté envenenando. Puede ser.
Todavía queda algo de calima, una bruma calurosa que oculta las luces de La Gomera. Pero sé que allí está el fuego, todavía en su particular fiesta.
En el coche escucho a Paul Buchanan. Su disco en solitario. Cortas canciones, preciosas miniaturas. Voz y piano. Mid Air (Newsroom Records 2012). Quizás sirva de bálsamo cuando todo este fuego acabe.